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Desde tiempos inmemoriales el mar se ha constituido por méritos propios como la principal vía de comunicación entre los distintos pueblos. Superados los temores que, hasta los viajes de Colón, la navegación por el Atlántico había generado tanto para las Coronas europeas como para los reinos norteafricanos, desde el Siglo XVI un número cada vez mayor de piratas, corsarios, comerciantes y aventureros convirtieron el control de los mares y océanos en su principal prioridad, así como en escenario de confrontación en su intento por defender intereses económicos o políticos.En lo concerniente al Imperio Español, la ruta conocida como Nao de China, Galeón de Acapulco o Galeón de Manila se instituyó rápidamente como la base para la consolidación del control político y económico que la Corona buscaba mantener en las recientemente descubiertas Filipinas. Se trataba de un enclave estratégico de primer orden ante las ambiciones expansionistas de sus rivales portugueses, que con anterioridad se habían instalado en las cercanas Molucas. Tanto es así, que esta ruta se mantuvo en funcionamiento 250 años, desde 1565 hasta 1815.El Galeón de Manila se encargó de comunicar los mercados orientales y europeos, conectando puertos estratégicos como Manila, Acapulco o Veracruz en los continentes asiático y americano, para, desde este último enlazar con Europa a través de Sevilla, posibilitando la llegada de productos asiáticos por una nueva vía, frente a las tradicionales rutas terrestres constituidas siglos atrás, como la Ruta de la Seda.No fue una tarea fácil. La Corona Española destinó ingentes recursos que, hasta la hazaña de Magallanes únicamente reportaron la muerte de cientos de hombres y la pérdida de decenas de navíos, hasta la localización del paso que más tarde se conocería como Estrecho de Magallanes. Más allá se encontraba el inmenso Pacífico, cuya enorme extensión obligaría a que el galeón tuviera que realizar anualmente la ruta marítima más